Pierre
Bourdieu (1930-2002) es, además de uno de los sociólogos más
importantes del siglo XX, un fino analista de la ideología científica.
En este sentido, su artículo "El campo científico" (1976) constituye una
contribución a la desmitificación de la ciencia. Lejos de ser un campo
ascéptico y neutral, la ciencia aparece como un campo marcado por las
luchas políticas en torno a la posesión de la legitimidad científica.
Advertencia previa:
Artículo publicado
originalmente en ACTES DE LA RECHERCHE EN SCIENCES SOCIALES, Vol 2, N° 2-3, junio de 1976, pp. 88-104. En esta ficha utilizo la
traducción de Alfonso Buch, revisado por Andrés Kreimer. Dicha traducción está incluida
en: Bourdieu, Pierre. (2000). Los usos
sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visión. (pp. 9-57).
Bourdieu esboza los rasgos
fundamentales de la sociología de la
ciencia, concentrándose en la noción de campo científico.
Bourdieu entiende a la
ciencia como un campo de producción simbólica (como lo son el campo intelectual
y artístico, el campo religioso, el campo de la alta costura). En este artículo
se preocupa por determinar el carácter específico que adoptan en el campo
científico las leyes de funcionamiento de los campos de producción simbólica.
¿Qué tiene de específico el
campo científico?
Ante todo, el hecho de que
es el campo en el que surgen “esos productos sociales relativamente
independientes de sus condiciones sociales de producción como lo son las
verdades científicas” (p. 11).
La verdad científica, su independencia relativa de sus condiciones
sociales de producción, es el resultado, a su vez, de ciertas condiciones
sociales que determinan la lógica de funcionamiento del campo científico.
Bourdieu plantea el problema
de este modo:
“¿Cuáles
son las condiciones sociales para que se instaure un juego social en el cual la
idea verdadera esté dotada de fuerza porque los que allí participan tienen
interés en la verdad en lugar de tener, como en otros juegos, la verdad de sus
intereses?”
El problema radica en que en
el campo científico también funciona la ley del interés (nuestro autor nos
recuerda que el «desinterés» “no es jamás (…) más que un sistema de intereses
específicos – artísticos y religiosos tanto como científicos – que implican la
indiferencia – relativa – respecto de los objetos ordinarios del interés –
dinero, honor, etc. –“[pág. 38]).
Bourdieu define al campo científico
“como
sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas (en las luchas
anteriores), es el lugar (es decir, el espacio de juego) de una lucha
competitiva que tiene por desafío específico
el monopolio de la autoridad científica,
inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social, o si se
prefiere, el monopolio de la competencia científica que es socialmente
reconocida a un agente determinado, entendida en el sentido de capacidad de
hablar e intervenir legítimamente (es
decir, de manera autorizada y con autoridad) en materia científica.” (p. 12).
Al caracterizar a la ciencia
como campo, Bourdieu enfrenta a dos
concepciones corrientes acerca de la actividad científica. Por un lado, están
quienes consideran que la ciencia progresa a través de un progreso lineal,
acumulativo y pacífico. Frente a ellos,
“Decir
que el campo es un lugar de luchas (…) es sólo romper con la imagen pacífica de
la «comunidad científica» como la ha descrito la hagiografía científica – y a
menudo después de ella la sociología de la ciencia -, es decir, con la idea de
una suerte de «reino de los fines» que no conocería otras leyes que las de la
competencia pura y perfecta de las ideas, infaliblemente diferenciadas por la
fuerza intrínseca de la idea verdadera.” (p. 13).
Por otro lado, se encuentran
quienes conciben a la ciencia como un espacio donde domina la imparcialidad y
la neutralidad. Mediante la noción de campo, Bourdieu presenta una visión
diferente:
“[Decir
que el campo es un lugar de luchas] Es también recordar que el funcionamiento
mismo del campo científico produce y
supone una forma específica de intereses (las prácticas científicas no
aparecen como «desinteresadas» más que por referencia a intereses diferentes
producidos y exigidos por otros campos.” (p. 13).
Un error común en sociología
de la ciencia radica en la disociación entre el poder simbólico y la capacidad
técnica en la consideración de la autoridad científica. Caer en esta
escisión implica
“caer
en la trampa constitutiva de toda competencia, razón social que se legitima presentándose como pura razón técnica
(como se ve por ejemplo en los usos tecnocráticos de la noción de
competencia).” (p. 13).
Concebir a la ciencia como
campo implica afirmar que la búsqueda de la autoridad científica tiene siempre
dos caras:
“Un
análisis que tratara de aislar una dimensión puramente «política» en los
conflictos por la dominación en el campo sería tan radicalmente falso como su
contraparte, más frecuente, el análisis que no considera sino las
determinaciones «puras» y puramente intelectuales de los conflictos
científicos. Por ejemplo, la lucha que opone hoy a los especialistas por la
obtención de créditos y de instrumentos de investigación no se reduce jamás a
una simple lucha por el poder propiamente «político»: quienes se ponen a la
cabeza de las grandes burocracias científicas sólo pueden imponer su victoria
como una victoria de la ciencia si se muestran capaces de imponer una
definición de la ciencia que implique que la buena manera de hacer ciencia
supone la utilización de los servicios de una gran burocracia científica (…)
Recíprocamente, los conflictos epistemológicos son siempre, inseparablemente,
conflictos políticos” (p. 14-15).
La ciencia es, por tanto,
cualquier cosa menos un espacio de neutralidad y discusión pacífica. Bourdieu
muestra que en el estudio del campo científico,
“es
inútil distinguir determinaciones propiamente científicas y determinaciones
propiamente sociales de prácticas esencialmente sobredeterminadas.” (p. 15).
La separación entre “lo
científico” y “lo social” forma parte de la mala conciencia del mundo
académico, que detesta sobremanera aparecer ante el mundo en su desnudez. Por
ello, se reserva un área científica incontaminada, donde sólo se discuten ideas
y teorías sin ninguna relación con las disputas de los mortales. Refiriéndose a
la sociología oficial estadounidense, Bourdieu afirma que la distinción entre
conflictos sociales y conflictos intelectuales es
“una
de esas estrategias por las cuales la sociología oficial americana tiende
asegurarse la respetabilidad académica y a imponer una delimitación de lo
científico y de lo no científico que prohíba toda interrogación que ponga en
cuestión los fundamentos de su respetabilidad, como una falta al buen sentido
científico.” (p. 17).
La noción de campo restituye
la unidad original entre lo científico y lo social, pues
“es
el campo científico que, como lugar de una lucha política por la dominación
científica, asigna a cada investigador, en función de la posición que ocupa,
sus problemas, indisociablemente políticos y científicos, y sus métodos,
estrategias científicas que, puesto que se definen expresa u objetivamente por
referencia al sistema de posiciones políticas y científicas constitutivas del
campo científico, son, al mismo tiempo, estrategias políticas. No hay
«elección» científica (…) que no sea, por uno de sus aspectos, el menos
confesado y el menos confesable, una estrategia política de ubicación al menos
objetivamente orientada hacia la maximización del beneficio propiamente
científico, es decir al reconocimiento susceptible de ser obtenido de los
pares-competidores.” (p. 18).
En el campo científico, la
lucha se da en torno a la autoridad
científica,
“especie
particular de capital social que
asegura un poder sobre los mecanismos constitutivos del campo y que puede ser
reconvertido en otras especies de capital” (p. 18).
Ahora bien, cuanto mayor es
la autonomía del campo científico (mayor complejidad de las teorías, por ejemplo)
la lucha por la autoridad científica asume rasgos específicos. Dada la
autonomía del campo y el hecho de que la autoridad supone un acto de
reconocimiento, un científico particular sólo puede esperar el reconocimiento
del valor de sus descubrimientos de los otros productores. Esto conlleva que el
campo científico sea un lugar en que los productos (los descubrimientos) son
aceptados a partir de una discusión y examen. La tan mentada imparcialidad de
la ciencia no es otra cosa que la expresión específica que asumen las luchas en
el campo científico:
“Sólo
los sabios comprometidos en el juego tienen los medios para apropiarse
simbólicamente de la obra científica y para evaluar sus méritos. (…) quien
apela a una autoridad exterior al campo sólo se atrae el descrédito.” (p. 19).
Bourdieu remarca que en la
lucha entre competidores en el campo científico se verifica siempre una disputa
en torno a la definición de ciencia, es decir,
“la
delimitación del campo de los problemas, las metodologías y las teorías que pueden
considerarse científicas” (p. 19).
La lucha por la definición
de ciencia tiene por objetivo legitimar los intereses específicos de los
competidores. Es por eso que, como se indicó más arriba, todo conflicto
epistemológico es un conflicto político. Aquí Bourdieu distingue entre,
“dos
principios de jerarquización de las prácticas científicas; uno que da prioridad
a la observación y la experimentación, y por lo tanto las disposiciones y las
capacidades correspondientes, y otro que privilegia la teoría y los «intereses»
científicos correlativos, debate que jamás ha cesado de ocupar el centro de la
reflexión epistemológica.” (p. 20).
Bourdieu afirma que la lucha
en el campo científico genera una distinción entre dominantes y dominados. Los
primeros son aquellos que ocupan las posiciones más altas en la estructura de
distribución del capital científico; los segundos, son los recién llegados (por
ejemplo, los jóvenes graduados). La imagen que nos presenta de la ciencia
difiere, una vez más, del sentido común:
“Así,
la definición de la cuestión de la
lucha científica forma parte de las posiciones en la lucha científica, y los
dominantes son aquellos que consiguen imponer la definición de la ciencia según
la cual su realización más acabada consiste en tener, ser y hacer lo que ellos
tienen, son o hacen. Es decir que la communis
doctorum opinio, como decía la escolástica, no es más que una ficción oficial que no tiene nada de
ficticio porque la eficacia simbólica que le confiere su legitimidad le permite
cumplir una ficción semejante a la que la ideología liberal reserva para la
noción de opinión pública.” (p. 21).
La existencia de dominantes
tiene su contracara en la existencia de los dominados. Esto lleva a Bourdieu a
plantear la cuestión de la legitimidad:
“Y
justamente porque la definición de lo que está en juego forma parte de la lucha
(…) nos encontramos todo el tiempo con las antinomias de la legitimidad. (…) Ni
en el campo científico ni en el campo de las relaciones de clase existe
instancia alguna que legitime las instancias de legitimidad; las
reivindicaciones de legitimidad obtienen
su legitimidad de la fuerza relativa de los grupos cuyos intereses
expresan: en la medida en que la definición misma de criterios de juicio y de
principios de jerarquización refleja la posición en una lucha, nadie es buen juez porque no hay juez que no sea
juez y parte.” (p. 22).
Lejos de ser el resultado de
prácticas exclusivamente “científicas” (en las que se gana a partir de quien
presenta mejores razones):
“La
autoridad científica es, entonces, una especie particular de capital que puede
ser acumulado, transmitido e incluso reconvertido en otras especies bajo
ciertas condiciones.” (p. 23).
La lucha entre dominantes y
dominados en el campo científico se dirime en el marco de una distribución
determinada del capital científico. Es dicha distribución la que condiciona las
estrategias de lucha de los antagonistas. No se trata de una distribución
inamovible, sino que ella misma es el resultado de las estrategias de
conservación y de subversión puestas en juego por dominantes y dominados,
respectivamente. Bourdieu describe así la situación:
“La forma que reviste la lucha, inseparablemente política
y científica, por la legitimidad científica, depende de la estructura del
campo, es decir, de la estructura de la distribución de capital específica de
reconocimiento científico entre los participantes de la lucha. Esta estructura
puede variar teóricamente (…) entre dos límites teóricos en los hechos jamás
alcanzados: por un lado la situación de monopolio del capital específico de
autoridad científica y, por el otro, la situación de competencia perfecta que
supone la distribución equitativa de capital entre todos los competidores. El
campo científico es siempre el lugar de una lucha más o menos desigual entre agentes desigualmente provistos de
capital específico, por lo tanto en condiciones desiguales para apropiarse del
producto del trabajo científico (…) que producen por su colaboración objetiva, puesto que el conjunto de los competidores pone
en juego el conjunto de los medios de producción científicos disponibles.” (p.
31-32).
Los dominantes, que
controlan el capital científico, llevan adelante estrategias de conservación, cuyo objetivo es perpetuar el orden
científico establecido.
El orden en el campo
científico no se reduce a la ciencia
oficial,
“conjunto
de recursos científicos heredados del pasado, que existen en estado objetivado, bajo la forma de instrumentos, de obras, de
instituciones, etc., y en estado
incorporado, bajo la forma de habitus
científicos, sistemas de esquemas generadores de percepción, de apreciación y
de acción que son el producto de una forma específica de acción pedagógica y
que vuelven posible la elección de objetos, la solución de los problemas y la
evaluación de las soluciones.” (p. 33).
El orden científico también
abarca el sistema de enseñanza, que permite asegurar a la ciencia oficial su
permanencia, pues se encarga de inculcar los habitus científicos a los recién llegados.
Un orden científico
consolidado y estable ofrece a los recién llegados estrategias de sucesión,
“capaces
de asegurarles, al final de una carrera previsible, los beneficios
correspondientes a los que realizan el ideal oficial de la excelencia
científica” (p. 34).
En cambio, la ciencia
oficial se ve amenaza por las estrategias
de subversión de algunos de los recién llegados,
“colocaciones
infinitamente más costosas y más arriesgadas que sólo pueden asegurar los
beneficios prometidos a los detentores del monopolio de la legitimidad
científica a menos que se pague el costo de una redefinición completa de los
principios de legitimación de la dominación” (p. 34-35).
La ciencia oficial se apoya
en desarrollar la invención (el descubrimiento) dentro de un arte de inventar
ya inventado; las estrategias de subversión promueven la invención herética,
“que
poniendo en cuestión los principios mismos del antiguo orden científico,
instaura una alternativa diferenciada, sin compromiso posible, entre dos
sistemas mutuamente excluyentes. Los fundadores del orden científico herético
rompen el contrato que aceptan al menos tácitamente los candidatos a la
sucesión: no reconociendo otro principio de legitimación que el que ellos
intentan imponer, no aceptan entrar en el ciclo de intercambio de
reconocimiento que asegura una transmisión regulada de la autoridad científica
entre los tenedores y los pretendientes (…) Rechazando todos los depósitos y
garantías que les ofrece el antiguo orden y la participación (progresiva) en el
capital colectivamente garantizado que opera según los procedimientos regulados
por un contrato de delegación, ellos realizan la acumulación inicial por un
golpe de timón y por la ruptura, desviando en su beneficio el crédito con el
cual los beneficiarían los antiguos dominantes, sin concederles la
contrapartida de reconocimiento que les acuerdan los que aceptan insertarse en
la continuidad de una línea.” (p. 35-36).
Las estrategias de
subversión representan, pues, una ruptura global con los principios de la
ciencia oficial. Su triunfo supone el acceso de los recién llegados a las
posiciones más elevadas de la jerarquía del campo, y la organización de una
nueva ciencia oficial.
Bourdieu se muestra en
desacuerdo con la concepción de Thomas S. Kuhn sobre las revoluciones
científicas. Kuhn afirma que la ciencia pasa de un paradigma a otro a través
del mecanismo de la revolución. Bourdieu, en cambio, considera que las
revoluciones científicas sólo son necesarias cuando el campo científico se
encuentra dominado por lógicas externas al mismo. En este sentido, la
revolución es la ruptura que permite la autonomía del campo, es el reconocimiento
de la autonomía del mismo frente a otros campos, como el religioso.
Bourdieu distingue así entre
revoluciones originarias, que permiten la autonomía del campo científico, y las
revoluciones permanentes, que constituyen el mecanismo por el cual los aspirantes
acceden a mejores posiciones en el campo. Luego de la revolución originaria, la
oposición entre estrategias de sucesión y estrategias de subversión tiende a
perder sentido,
“ya
que la acumulación del capital necesario para el desarrollo de las revoluciones
y del capital que ofrecen las revoluciones tiende siempre en mayor medida a
cumplirse según los procedimientos regulados por una carrera.” (p. 41).
A partir de este momento,
“el
antagonismo que está en el principio de la estructura y del cambio de todo
campo tiende a devenir cada vez más fecundo porque el acuerdo forzado donde se engendra la razón deja cada vez menos
lugar a lo impensado de la doxa. (…)
A medida que el método científico se inscribe en los mecanismos sociales que
regulan el funcionamiento del cambio y se encuentra, de este modo, dotado de la
objetividad superior de una ley social inmanente, aquél puede realmente
objetivarse en instrumentos capaces de controlar, y a veces dominar, a quienes
los utilizan y en la disposiciones constituidas de un modo duradero que produce
la institución escolar. Y estas disposiciones encuentran un reforzamiento
continuo en los mecanismos sociales que, encontrando un sostén en el
materialismo racional de la ciencia objetivada e incorporada, producen control
y censura pero también invención y ruptura.” (p. 42-43).
La visión del campo
científico propuesta por Bourdieu se opone al esquema positivista de un
progreso lineal y continuo del conocimiento científico. La lucha política y la
ideología son componentes inseparables del campo científico.
Villa del Parque, viernes 26 de abril de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario