sábado, 17 de diciembre de 2016

BOURDIEU Y LA NOCIÓN DE CAMPO CIENTÍFICO

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Pierre Bourdieu (1930-2002) es, además de uno de los sociólogos más importantes del siglo XX, un fino analista de la ideología científica. En este sentido, su artículo "El campo científico" (1976) constituye una contribución a la desmitificación de la ciencia.  Lejos de ser un campo ascéptico y neutral, la ciencia aparece como un campo marcado por las luchas políticas en torno a la posesión de la legitimidad científica.
Advertencia previa: 
Artículo publicado originalmente en ACTES DE LA RECHERCHE EN SCIENCES SOCIALES, Vol 2, N° 2-3, junio de 1976, pp. 88-104. En esta ficha utilizo la traducción de Alfonso Buch, revisado por Andrés Kreimer. Dicha traducción está incluida en: Bourdieu, Pierre. (2000). Los usos sociales de la ciencia. Buenos Aires: Nueva Visión. (pp. 9-57).
Bourdieu esboza los rasgos fundamentales de la sociología de la ciencia, concentrándose en la noción de campo científico
Bourdieu entiende a la ciencia como un campo de producción simbólica (como lo son el campo intelectual y artístico, el campo religioso, el campo de la alta costura). En este artículo se preocupa por determinar el carácter específico que adoptan en el campo científico las leyes de funcionamiento de los campos de producción simbólica. 
¿Qué tiene de específico el campo científico?
Ante todo, el hecho de que es el campo en el que surgen “esos productos sociales relativamente independientes de sus condiciones sociales de producción como lo son las verdades científicas” (p. 11).
La verdad científica, su independencia relativa de sus condiciones sociales de producción, es el resultado, a su vez, de ciertas condiciones sociales que determinan la lógica de funcionamiento del campo científico. 
Bourdieu plantea el problema de este modo: 
“¿Cuáles son las condiciones sociales para que se instaure un juego social en el cual la idea verdadera esté dotada de fuerza porque los que allí participan tienen interés en la verdad en lugar de tener, como en otros juegos, la verdad de sus intereses?”
El problema radica en que en el campo científico también funciona la ley del interés (nuestro autor nos recuerda que el «desinterés» “no es jamás (…) más que un sistema de intereses específicos – artísticos y religiosos tanto como científicos – que implican la indiferencia – relativa – respecto de los objetos ordinarios del interés – dinero, honor, etc. –“[pág. 38]).
Bourdieu define al campo científico
“como sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas (en las luchas anteriores), es el lugar (es decir, el espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por desafío específico el monopolio de la autoridad científica, inseparablemente definida como capacidad técnica y como poder social, o si se prefiere, el monopolio de la competencia científica que es socialmente reconocida a un agente determinado, entendida en el sentido de capacidad de hablar e intervenir legítimamente (es decir, de manera autorizada y con autoridad) en materia científica.” (p. 12).
Al caracterizar a la ciencia como campo, Bourdieu enfrenta a dos concepciones corrientes acerca de la actividad científica. Por un lado, están quienes consideran que la ciencia progresa a través de un progreso lineal, acumulativo y pacífico. Frente a ellos, 
“Decir que el campo es un lugar de luchas (…) es sólo romper con la imagen pacífica de la «comunidad científica» como la ha descrito la hagiografía científica – y a menudo después de ella la sociología de la ciencia -, es decir, con la idea de una suerte de «reino de los fines» que no conocería otras leyes que las de la competencia pura y perfecta de las ideas, infaliblemente diferenciadas por la fuerza intrínseca de la idea verdadera.” (p. 13).
Por otro lado, se encuentran quienes conciben a la ciencia como un espacio donde domina la imparcialidad y la neutralidad. Mediante la noción de campo, Bourdieu presenta una visión diferente:
“[Decir que el campo es un lugar de luchas] Es también recordar que el funcionamiento mismo del campo científico produce y supone una forma específica de intereses (las prácticas científicas no aparecen como «desinteresadas» más que por referencia a intereses diferentes producidos y exigidos por otros campos.” (p. 13).
Un error común en sociología de la ciencia radica en la disociación entre el poder simbólico y la capacidad técnica en la consideración de la autoridad científica. Caer en esta escisión implica
“caer en la trampa constitutiva de toda competencia, razón social que se legitima presentándose como pura razón técnica (como se ve por ejemplo en los usos tecnocráticos de la noción de competencia).” (p. 13).
Concebir a la ciencia como campo implica afirmar que la búsqueda de la autoridad científica tiene siempre dos caras:
“Un análisis que tratara de aislar una dimensión puramente «política» en los conflictos por la dominación en el campo sería tan radicalmente falso como su contraparte, más frecuente, el análisis que no considera sino las determinaciones «puras» y puramente intelectuales de los conflictos científicos. Por ejemplo, la lucha que opone hoy a los especialistas por la obtención de créditos y de instrumentos de investigación no se reduce jamás a una simple lucha por el poder propiamente «político»: quienes se ponen a la cabeza de las grandes burocracias científicas sólo pueden imponer su victoria como una victoria de la ciencia si se muestran capaces de imponer una definición de la ciencia que implique que la buena manera de hacer ciencia supone la utilización de los servicios de una gran burocracia científica (…) Recíprocamente, los conflictos epistemológicos son siempre, inseparablemente, conflictos políticos” (p. 14-15).
La ciencia es, por tanto, cualquier cosa menos un espacio de neutralidad y discusión pacífica. Bourdieu muestra que en el estudio del campo científico,
“es inútil distinguir determinaciones propiamente científicas y determinaciones propiamente sociales de prácticas esencialmente sobredeterminadas.” (p. 15).
La separación entre “lo científico” y “lo social” forma parte de la mala conciencia del mundo académico, que detesta sobremanera aparecer ante el mundo en su desnudez. Por ello, se reserva un área científica incontaminada, donde sólo se discuten ideas y teorías sin ninguna relación con las disputas de los mortales. Refiriéndose a la sociología oficial estadounidense, Bourdieu afirma que la distinción entre conflictos sociales y conflictos intelectuales es
“una de esas estrategias por las cuales la sociología oficial americana tiende asegurarse la respetabilidad académica y a imponer una delimitación de lo científico y de lo no científico que prohíba toda interrogación que ponga en cuestión los fundamentos de su respetabilidad, como una falta al buen sentido científico.” (p. 17).
La noción de campo restituye la unidad original entre lo científico y lo social, pues
“es el campo científico que, como lugar de una lucha política por la dominación científica, asigna a cada investigador, en función de la posición que ocupa, sus problemas, indisociablemente políticos y científicos, y sus métodos, estrategias científicas que, puesto que se definen expresa u objetivamente por referencia al sistema de posiciones políticas y científicas constitutivas del campo científico, son, al mismo tiempo, estrategias políticas. No hay «elección» científica (…) que no sea, por uno de sus aspectos, el menos confesado y el menos confesable, una estrategia política de ubicación al menos objetivamente orientada hacia la maximización del beneficio propiamente científico, es decir al reconocimiento susceptible de ser obtenido de los pares-competidores.” (p. 18).
En el campo científico, la lucha se da en torno a la autoridad científica
“especie particular de capital social que asegura un poder sobre los mecanismos constitutivos del campo y que puede ser reconvertido en otras especies de capital” (p. 18). 
Ahora bien, cuanto mayor es la autonomía del campo científico (mayor complejidad de las teorías, por ejemplo) la lucha por la autoridad científica asume rasgos específicos. Dada la autonomía del campo y el hecho de que la autoridad supone un acto de reconocimiento, un científico particular sólo puede esperar el reconocimiento del valor de sus descubrimientos de los otros productores. Esto conlleva que el campo científico sea un lugar en que los productos (los descubrimientos) son aceptados a partir de una discusión y examen. La tan mentada imparcialidad de la ciencia no es otra cosa que la expresión específica que asumen las luchas en el campo científico:
“Sólo los sabios comprometidos en el juego tienen los medios para apropiarse simbólicamente de la obra científica y para evaluar sus méritos. (…) quien apela a una autoridad exterior al campo sólo se atrae el descrédito.” (p. 19).
Bourdieu remarca que en la lucha entre competidores en el campo científico se verifica siempre una disputa en torno a la definición de ciencia, es decir, 
“la delimitación del campo de los problemas, las metodologías y las teorías que pueden considerarse científicas” (p. 19).
La lucha por la definición de ciencia tiene por objetivo legitimar los intereses específicos de los competidores. Es por eso que, como se indicó más arriba, todo conflicto epistemológico es un conflicto político. Aquí Bourdieu distingue entre,
“dos principios de jerarquización de las prácticas científicas; uno que da prioridad a la observación y la experimentación, y por lo tanto las disposiciones y las capacidades correspondientes, y otro que privilegia la teoría y los «intereses» científicos correlativos, debate que jamás ha cesado de ocupar el centro de la reflexión epistemológica.” (p. 20).
Bourdieu afirma que la lucha en el campo científico genera una distinción entre dominantes y dominados. Los primeros son aquellos que ocupan las posiciones más altas en la estructura de distribución del capital científico; los segundos, son los recién llegados (por ejemplo, los jóvenes graduados). La imagen que nos presenta de la ciencia difiere, una vez más, del sentido común:
“Así, la definición de la cuestión de la lucha científica forma parte de las posiciones en la lucha científica, y los dominantes son aquellos que consiguen imponer la definición de la ciencia según la cual su realización más acabada consiste en tener, ser y hacer lo que ellos tienen, son o hacen. Es decir que la communis doctorum opinio, como decía la escolástica, no es más que una ficción oficial que no tiene nada de ficticio porque la eficacia simbólica que le confiere su legitimidad le permite cumplir una ficción semejante a la que la ideología liberal reserva para la noción de opinión pública.” (p. 21).
La existencia de dominantes tiene su contracara en la existencia de los dominados. Esto lleva a Bourdieu a plantear la cuestión de la legitimidad:
“Y justamente porque la definición de lo que está en juego forma parte de la lucha (…) nos encontramos todo el tiempo con las antinomias de la legitimidad. (…) Ni en el campo científico ni en el campo de las relaciones de clase existe instancia alguna que legitime las instancias de legitimidad; las reivindicaciones de legitimidad obtienen  su legitimidad de la fuerza relativa de los grupos cuyos intereses expresan: en la medida en que la definición misma de criterios de juicio y de principios de jerarquización refleja la posición en una lucha, nadie es buen juez porque no hay juez que no sea juez y parte.” (p. 22).
Lejos de ser el resultado de prácticas exclusivamente “científicas” (en las que se gana a partir de quien presenta mejores razones):
“La autoridad científica es, entonces, una especie particular de capital que puede ser acumulado, transmitido e incluso reconvertido en otras especies bajo ciertas condiciones.” (p. 23).
La lucha entre dominantes y dominados en el campo científico se dirime en el marco de una distribución determinada del capital científico. Es dicha distribución la que condiciona las estrategias de lucha de los antagonistas. No se trata de una distribución inamovible, sino que ella misma es el resultado de las estrategias de conservación y de subversión puestas en juego por dominantes y dominados, respectivamente. Bourdieu describe así la situación:
            “La forma que reviste la lucha, inseparablemente política y científica, por la legitimidad científica, depende de la estructura del campo, es decir, de la estructura de la distribución de capital específica de reconocimiento científico entre los participantes de la lucha. Esta estructura puede variar teóricamente (…) entre dos límites teóricos en los hechos jamás alcanzados: por un lado la situación de monopolio del capital específico de autoridad científica y, por el otro, la situación de competencia perfecta que supone la distribución equitativa de capital entre todos los competidores. El campo científico es siempre el lugar de una lucha más o menos desigual entre agentes desigualmente provistos de capital específico, por lo tanto en condiciones desiguales para apropiarse del producto del trabajo científico (…) que producen por su colaboración objetiva, puesto que el conjunto de los competidores pone en juego el conjunto de los medios de producción científicos disponibles.” (p. 31-32).
Los dominantes, que controlan el capital científico, llevan adelante estrategias de conservación, cuyo objetivo es perpetuar el orden científico establecido. 
El orden en el campo científico no se reduce a la ciencia oficial
“conjunto de recursos científicos heredados del pasado, que existen en estado objetivado, bajo la forma de instrumentos, de obras, de instituciones, etc., y en estado incorporado, bajo la forma de habitus científicos, sistemas de esquemas generadores de percepción, de apreciación y de acción que son el producto de una forma específica de acción pedagógica y que vuelven posible la elección de objetos, la solución de los problemas y la evaluación de las soluciones.” (p. 33).
El orden científico también abarca el sistema de enseñanza, que permite asegurar a la ciencia oficial su permanencia, pues se encarga de inculcar los habitus científicos a los recién llegados. 
Un orden científico consolidado y estable ofrece a los recién llegados estrategias de sucesión
“capaces de asegurarles, al final de una carrera previsible, los beneficios correspondientes a los que realizan el ideal oficial de la excelencia científica” (p. 34).
En cambio, la ciencia oficial se ve amenaza por las estrategias de subversión de algunos de los recién llegados, 
“colocaciones infinitamente más costosas y más arriesgadas que sólo pueden asegurar los beneficios prometidos a los detentores del monopolio de la legitimidad científica a menos que se pague el costo de una redefinición completa de los principios de legitimación de la dominación” (p. 34-35).
La ciencia oficial se apoya en desarrollar la invención (el descubrimiento) dentro de un arte de inventar ya inventado; las estrategias de subversión promueven la invención herética
“que poniendo en cuestión los principios mismos del antiguo orden científico, instaura una alternativa diferenciada, sin compromiso posible, entre dos sistemas mutuamente excluyentes. Los fundadores del orden científico herético rompen el contrato que aceptan al menos tácitamente los candidatos a la sucesión: no reconociendo otro principio de legitimación que el que ellos intentan imponer, no aceptan entrar en el ciclo de intercambio de reconocimiento que asegura una transmisión regulada de la autoridad científica entre los tenedores y los pretendientes (…) Rechazando todos los depósitos y garantías que les ofrece el antiguo orden y la participación (progresiva) en el capital colectivamente garantizado que opera según los procedimientos regulados por un contrato de delegación, ellos realizan la acumulación inicial por un golpe de timón y por la ruptura, desviando en su beneficio el crédito con el cual los beneficiarían los antiguos dominantes, sin concederles la contrapartida de reconocimiento que les acuerdan los que aceptan insertarse en la continuidad de una línea.” (p. 35-36).
Las estrategias de subversión representan, pues, una ruptura global con los principios de la ciencia oficial. Su triunfo supone el acceso de los recién llegados a las posiciones más elevadas de la jerarquía del campo, y la organización de una nueva ciencia oficial.
Bourdieu se muestra en desacuerdo con la concepción de Thomas S. Kuhn sobre las revoluciones científicas. Kuhn afirma que la ciencia pasa de un paradigma a otro a través del mecanismo de la revolución. Bourdieu, en cambio, considera que las revoluciones científicas sólo son necesarias cuando el campo científico se encuentra dominado por lógicas externas al mismo. En este sentido, la revolución es la ruptura que permite la autonomía del campo, es el reconocimiento de la autonomía del mismo frente a otros campos, como el religioso.
Bourdieu distingue así entre revoluciones originarias, que permiten la autonomía del campo científico, y las revoluciones permanentes, que constituyen el mecanismo por el cual los aspirantes acceden a mejores posiciones en el campo. Luego de la revolución originaria, la oposición entre estrategias de sucesión y estrategias de subversión tiende a perder sentido, 
“ya que la acumulación del capital necesario para el desarrollo de las revoluciones y del capital que ofrecen las revoluciones tiende siempre en mayor medida a cumplirse según los procedimientos regulados por una carrera.” (p. 41).
A partir de este momento, 
“el antagonismo que está en el principio de la estructura y del cambio de todo campo tiende a devenir cada vez más fecundo porque el acuerdo forzado donde se engendra la razón deja cada vez menos lugar a lo impensado de la doxa. (…) A medida que el método científico se inscribe en los mecanismos sociales que regulan el funcionamiento del cambio y se encuentra, de este modo, dotado de la objetividad superior de una ley social inmanente, aquél puede realmente objetivarse en instrumentos capaces de controlar, y a veces dominar, a quienes los utilizan y en la disposiciones constituidas de un modo duradero que produce la institución escolar. Y estas disposiciones encuentran un reforzamiento continuo en los mecanismos sociales que, encontrando un sostén en el materialismo racional de la ciencia objetivada e incorporada, producen control y censura pero también invención y ruptura.” (p. 42-43).
La visión del campo científico propuesta por Bourdieu se opone al esquema positivista de un progreso lineal y continuo del conocimiento científico. La lucha política y la ideología son componentes inseparables del campo científico.
Villa del Parque, viernes 26 de abril de 2013

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